Extracto primer monógolo
Como burdos estallidos que han varado en el suspenso, las floridas estaciones se levantan con un hábito evidente y desprestigian, con su numen, el recuerdo atesorado por las cuerdas dadivosas. Las vértebras que acosan a los tallos aún silentes son flojas señales de un cuerpo que se yergue; válido como un tabú rosáceo, petulante por sus pétalos, lo que vemos no es un cacho ni una brizna, es el centro encapsulado en la raíz de su denuedo. Ahí va tomando posición, junto con las piedras, su porción descabellada y la resina pudorosa que execrada nos deleita. Con el ruego destemplado de las pardas emociones, estos lúdicos botones nos adentran en los ciclos encogidos del verdor que palidece. ¿Qué decir, entonces? Yo y mi máscara sangramos y al rocío enaltecemos con pavanas mendicantes.Extracto segundo monólogo
Hordas perniciosas se agolpan detrás de las ciudades. Se alistan cambiantes en los arrabales por el día señalado. Se diría que, movilizadas por el regente de una campaña, nutren sus ansias en perfectos remolinos. Avanzan en la quietud del territorio sombras estriadas por la luz de media tarde. Patizambos y matronas destetadas, niños curiosos cabalgando una miseria congelada, se unen en grandes columnatas que circundan nuestro centro. Nosotros escuchamos vuestros gemidos, nos dicen al oído, convencidas de pertenecer a otra raza. Un piano silente me cuadra con la descripción antes dada. Hordas perniciosas se agolpan detrás de las ciudades. Se alistan cambiantes en los arrabales por el día señalado. Se diría que, movilizadas por el regente de una campaña, nutren sus ansias en perfectos remolinos. Avanzan en la quietud del territorio sombras estriadas por la luz de media tarde. Patizambos y matronas destetadas, niños curiosos cabalgando una miseria congelada, se unen en grandes columnatas que circundan nuestro centro. Nosotros escuchamos vuestros gemidos, nos dicen al oído, convencidas de pertenecer a otra raza. Un piano silente me cuadra con la descripción antes dada.Lado A
Lado B