Carlos Peirano

INSOLENCIA
Posibilidad para
Un Paisaje

Narrativa / Carlos Peirano
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Otra breve historia

Esta es mi segunda lengua: otro invento. Algo ocasional. Lo que intenta, sin ímpetu, contarse en una historia demasiado parecida a la historia del Charles Manson de Pueblo en Llamas.

La primera relación me costó una tarde entera, pero eso no viene al caso. La primera de todas. Una tarde fría de septiembre. Y una pelea con Carla, mi ex mujer. Carlos manso (así se llamaba, en mi ficción, el fiambre) era poco dado a las palabras, al cahuín y a las habladurías. De espejos, me decía, están fabricados los días. Un poeta penca, el finado.

Voy a intentar escribir, en vano, lo que había escrito ayer en la tarde. Una calumnia o la historia de Carlos. Del Carlos Manson. (Que les quede claro, hipócritas, porque no voy a volver a intentar escribir esto nuevamente. Dense con una piedra en los dientes.) Sin novedad. Entonces voy a contarles la historia de un huevón, nuevamente, que toca mal la guitarra, que viene de California, descalzo y cojeando, hasta este lugar perdido en la nada que se llama Pueblo en Llamas. No sé a qué vino. A cantarnos, parece. Pueblo en Llamas, dije. Cuando la acción transcurre en ese lugar horrible llamado Cuesta Caleta. Ahí le conocimos. La junta de vecinos, yo, los dueños de algunas botillerías y mi ex mujer, Carla.

Charles Manson no hablaba muy bien el español. Ni el inglés. Era poco dado a las habladurías. Le gustaba tomar cervezas heladas temprano en la mañana, pese a su cojera. Iba con su guitarra desafinada caminando cuando le dijo, tartamudeando, un piropo a Carla: mi ex, el monstruo aquél que estaba apunto de emanciparse. Ella no entendió bien qué le decía y le dio un puñetazo que le sacó un diente de una. Luego me lo contó. El Charles Manson de Cuesta Caleta le había tocado el culo cantando una canción de David Bowie. Heroes, parece que me dijo. Y ella no dudó en darle un puñete. Y le sacó un diente. Y Carlos Manso miró al cielo y se disculpó. Y mi ex mujer se arregló la falda y se acomodó bien el calzón frente a un grupo de adolescentes enfermos que venían saliendo del único liceo de Pueblo en Llamas. Se dejó ver, coquetona, mientras Charlie escapaba, sin disimulo, por una plaza llena de palomas y de viejos que las alimentaban, hasta el cansancio, maquinalmente.

Ayer en la tarde estaba escribiendo esto y no recuerdo nada más que el ataúd que me regaló mi padre para celebrar su cumpleaños. Carlos, creo que se llamaba el viejo. Y Carla me contó cómo Charlie le había tocado el culo. Guitarra en mano, descalzo y cojeando. Charles Manson. Nombre de asesino serial o de santo (esto es lo único que recuerdo haber escrito ayer). Y se miraba frente a un espejo que me había regalado mi madre, ella. No Carlos Manso. Y yo recordaba esa frase maldita que era una sentencia o una receta vegetariana mal parida en las hojas de un árbol exiliado: De espejos están hechos los días. Y Charlie corría desnudo por las plazas. Como mi padre al perder la poca razón que le quedaba. Entonces pensé en la canción de Bowie. “Podemos ser héroes just for one day”. Qué lindo. Me caí de la silla de inmediato. Cagado de la risa, balbuceando, y mi ex mujer, Carla, fue a buscar la escoba y empezó a pegarme en la cabeza.

El Charles Manson de Cuesta Caleta era disléxico y había matado a un niño (esto lo había estado ocultando, pero todo tiene un límite). Como mi padre que en paz descansa, (sin estar del todo descansando (agotado)), en el cementerio de Pueblo en Llamas. En el ataúd que tuve que devolverle. En esa estancia parecida a la pampa. O a la selva, si se quiere. O a la morisqueta de una puta acongojada.

Carla fue la primera en hablarme del Charles Manson de Cuesta Caleta. Y de mi padre. Carlos. Muerto en un ataúd que tuve que devolverle a su señora, obligado. Un día dieciocho de septiembre. Pobre hombre. Parecía un espantapájaros. Carlos.

Dije que iba a intentar escribir lo que escribí ayer. Digo tantas cosas. Y entremedio, a caso de nada, me doy vueltas en el aire, o en suelo, pensando en lo que escribí ayer. Carlos Manso, mi vecino. De eso estaba hablando. No de mi padre.

Llegó de California con una mochila llena de libros de autoayuda. Con su guitarra desafinada y un acordeón. Dijo ser artista, entre otras cosas. Parecía un hombre sensato, pese a lo afeminado de sus gestos y al hedor acre que desprendía en cada uno de sus movimientos. Que eran pocos. Todo el tiempo evitaba moverse. Ni siquiera estaba muy convencido de tocar la guitarra. Se movía con sigilo, era un sicópata (un artista). Yo le acepté. Era carismático. Y Carla no se veía contrariada con el manoseo proporcionado por el ex infante de marina que era Charlie. Un ejemplo de hombre, como mi padre. Un norteamericano.

Pequeñas batallas y disputas en bares de mala muerte en Queens o el Bronx. Charles Manson, que venía de California hasta este pueblo perdido donde iba a terminar por perderse, caminaba sin rumbo. Pueblo en Llamas (no se les olvide), un caserío donde hay un cementerio, que abarca todo el territorio, una iglesia pequeña y un manicomio. Un Estado aparte: un caserío. Carlos Manso, mi vecino, de eso estaba hablando. El ludópata, el homosexual reprimido. Parecido a una estrella de Hollywood caída en desgracia. Parecido a mi difunto padre. Moviéndose con astucia por plazas llenas de viejos de mierda alimentando a las palomas con migas de pan enmohecidas. Charles Manson, ¡qué dije, o escribí, ayer sobre ti! Me gustaría recuperar ese texto que me robaron. Carlos Manso, maricón como pocos, padre de familia y mimo, violó a un niño bajo una higuera florecida. Lo obligó a ponerse en cuatro. Mientras el niño lloraba. Y se bajaba sus pantaloncitos. Y el calzón pequeñito (que le había prestado su hermana) se le llenaba de excremento verde, saliva y rabia.

Carlos, ¿dónde estás? Se preguntaba el Charles Manson de Cuesta Caleta tocándole el culo a mi ex novia, Carla. Y yo me preguntaba por Carlos Manso, mi vecino, que había permanecido recluido en un recinto penitenciario que desconozco (por ocio e ignorancia) luego de violar a mi padre, el mimo: el estafeta que se acostó con la que dice ser mi madre

Entonces ¿dónde estarás, Carlos? Se me volvió a ocurrir esto, a propósito de mi vecino y de mi padre que, me han comunicado las autoridades de Pueblo en Llamas, han fallecido, de manera simultánea, ambos. Creo que eran intolerantes (entre otras cosas) a la lactosa. Nunca lo sabremos, sabiéndolo, porque sólo conocemos un nombre: Charlie. Charles. Creo que la leche le hizo daño a Carlos: un guitarrista norteamericano perdido acá en Pueblo en Llamas. Un espantapájaros con vocación de atleta. Un pelmazo, en definitiva.