La tormenta
En comunión con las últimas hojas de la estación, las ramas agitadas por el viento rozan el canto de la ventana. El aire, cálido y salobre, se cuela por las rendijas de mi habitación. El mar está agitado, oscuro como una parva. Los pájaros se han ocultado en las quebradas y el cielo no es el luto imaginado, ni es el amplio atolladero, donde reinan condensadas, las plegarias y el derrame venidero.El otoño
No cuesta nada fantasear, chacrear lo hipnótico de la pátina esbozada en las ramas de un árbol. Esos verdes que amarillean, por ejemplo, pálidos frente al ocre rugoso que envuelve a las semillas, simbolizan la estación. La tierra está húmeda y el contraste del cielo azulado, que tiende a desvanecerse, cuida su estatura rengueando en los extremos. Cambiándoles de posición (volviendo inútil el lienzo) las hojas se abisman con el movimiento producido por un viento vago, solemnes como la eventual inscripción de una lápida perenne. No cuesta nada fantasear, chacrear lo hipnótico de la pátina esbozada en las ramas de un árbol. Esos verdes que amarillean, por ejemplo, pálidos frente al ocre rugoso que envuelve a las semillas, simbolizan la estación. La tierra está húmeda y el contraste del cielo azulado, que tiende a desvanecerse, cuida su estatura rengueando en los extremos. Cambiándoles de posición (volviendo inútil el lienzo) las hojas se abisman con el movimiento producido por un viento vago, solemnes como la eventual inscripción de una lápida perenne.¿La distancia entre ambos es una medida?
El tiempo abolido
No es privación ungir el cebo que acarician estas manos. A mi propia casa tengo que entrar como un bandido. Soy un hombre, se dirá. Y en los pasillos, donde aguarden sucios los pichones, correrá el agua, volviéndonos extraños. Y yo tendré en las manos el retrato de mi madre muerta. Y la sangre brindará en silencio. Y nadie volverá a recogerme los ojos.